La luha por Barcelona clase, Cultura y conflicto, 1898-1937
Chris Ealham. Madrid. Ed. Alianza. 2005.
Presentación del libro en Madrid
Artículo elaborado para este Contramarcha por Sandra Souto Kustrín ,Doctora en Historia por la U.C.M. y adscrita al Instituto de Historia del C.S.I.C.Autora del libro: Y ¿Madrid? ¿Qué hace Madrid? Movimiento revolucionario y acción colectiva, 1933-1926. Ed. Siglo XXI
Como el título indica, esta obra del hispanista inglés Chris Ealham se centra en el movimiento obrero barcelonés entre 1898 y 1937 (y decir esto es decir que se centra en el anarcosindicalismo), pero es mucho más que eso y es difícil encontrar en el mercado editorial español un libro como este.
En primer lugar, por su amplitud cronológica: las casi cuatro décadas de crisis que precedieron a la guerra civil española. En segundo lugar, por la amplitud temática que relaciona de forma muy coherente los aspectos económicos, sociales, políticos, urbanos y culturales: el análisis cultural de los movimientos sociales es relativamente reciente en España y el estudio del papel de los espacios urbanos en las formas de protesta y de control social, prácticamente inexistente. En tercer lugar, porque estos temas se analizan con una conceptualización procedente no sólo de la historiografía sino también de otras ciencias sociales.
Además, es un libro que se inserta claramente en la mejor corriente de la llamada historiografía marxista británica, aquella que realiza un análisis de clase alejado de determinismos y esquemas preconcebidos y da importancia a los aspectos culturales en la conformación de las clases sociales, en la línea de la historia desde abajo y las obras de E.P. Thompson. Estos planteamientos le permiten presentar explicaciones innovadoras y convincentes sobre la militancia obrera. Tampoco se olvida la interrelación de todos los sucesos que acontecían en la capital catalana con lo que ocurría en los ámbitos nacional e internacional, lo que hace la obra muy completa. Por último, el dominio por parte del autor del discurso y las técnicas literarias hacen al libro muy ameno.
La Barcelona del XIX
En primer lugar se analiza la conformación espacial de Barcelona desde mediados del siglo XIX y las consecuencias sociales del desarrollo urbano: un crecimiento caótico, especulativo y sin previsión, en el que los más que escasos proyectos públicos tenían como objetivo separar espacialmente a lo que se consideraban “clases peligrosas”, más que mejorar sus condiciones de vida. Esto dio lugar a la formación de una ciudad proletaria contrapuesta a la burguesa, formada por barris (barrios) proletarios.
La ausencia de servicios sociales y las infraviviendas que los formaban influyeron en la identidad colectiva y política del movimiento obrero (p. 63), impulsando una conciencia de grupo y una cultura de defensa -que sería moldeada como conciencia de clase por el movimiento anarcosindicalista cuyo desarrollo desde finales de siglo XIX se analiza detenidamente - y dio lugar a estrategias de autoayuda. Estas partían de relaciones familiares, vecinales y comunitarias para responder “desde abajo” a los problemas materiales de la vida diaria: organización de guarderías comunales, legitimación de la venta ambulante o requisas de alimentos, fácilmente justificables por una clase obrera con escaso poder de negociación, sin acceso a seguros de enfermedad o de accidentes y en una situación como la de los años veinte y treinta de creciente aumento del coste de la vivienda y de los productos de primera necesidad.
El papel de la CNT
La cultura de acción directa de la CNT conectaba con las tradiciones populares de protesta y con las experiencias cotidianas de los trabajadores. Aunque introdujo formas de acción modernas, la CNT acomodó muchas estrategias de autoayuda de los barris y proporcionó a éstos soluciones prácticas. Así, convocó numerosas movilizaciones de parados y, en 1922, su Sindicato de Inquilinos, la primera huelga de alquileres de la ciudad.
La misma existencia del sindicato, con su política inclusiva hacia los emigrantes, sus prácticas asamblearias y las actividades de sus ateneos y cooperativas disminuyeron los efectos de la represión, hicieron “que los barris se sintieran poderosos y que los obreros se considerasen dueños de lo que ellos veían como su sindicat” (p. 90); y reforzaron el sentido autónomo de los barris a la vez que los dignificaron.
El pánico burgués
El desarrollo de la protesta urbana inició los que se han llamado “pánicos morales” de la burguesía: la protesta social y política era vista como crimen o enfermedad y toda la estrategia de control público se basó en la represión: ni siquiera la Segunda República fue capaz de democratizar el orden público. Aunque esto ha sido destacado por algunos historiadores, pocas veces se han analizado en su aplicación práctica las leyes de orden público republicanas como hace este libro, y se le había dado escasa importancia a la Ley de Vagos y Maleantes.
E.R.C. y la ruptura de la CNT
La dictadura de Primo de Rivera dio a la recién creada Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y al movimiento obrero unos enemigos comunes. ERC se presentó a las elecciones municipales del 14 de abril de 1931 con un programa de medidas para aliviar la miseria de los obreros que coincidía en muchos casos con los objetivos de la CNT y con las peticiones de los barris . Este es uno de los factores que explica que la CNT no hiciera una campaña abstencionista en estas elecciones que supusieron la proclamación de la Segunda República. Pero en la base social de ERC eran más importante los sectores medios urbanos y rurales y nada quedaría de sus propuestas preelectorales, a la vez que se criminalizaría a los vendedores ambulantes y las protestas callejeras de los parados y se culparía a la emigración del aumento del desempleo.
Las manifestaciones y huelgas del “caliente verano de 1931” (p. 156) fueron vistas como ataques a la República y reprimidas duramente por las autoridades catalanas: se sucedieron redadas policiales contra los vendedores ambulantes y se organizaron verdaderas razzias en los barris .
Esto produjo una ruptura dentro de la CNT, cuyas divisiones se habían iniciado, como el autor estudia, en los años veinte, y se fortalecieron las posturas de los anarquistas radicales que controlaron el sindicato. Pero no se puede decir que la FAI “orquestase” una toma del poder sino que hay que tener en cuenta el contexto en que se produjo: por ejemplo, se destaca que los sindicatos con más parados eran los más radicalizados.
La FAI decidió usar tácticas violentas (en las que destaca el ciclo insurreccional de 1932-33) y la mezcla de éstas con una actitud sectaria y la represión estatal dieron lugar a la sustitución de las luchas de masas por conflictos de resistencia callejera de pequeños grupos, agudizaron los conflictos internos y produjeron una sangría de militantes.
Las “estrategias callejeras”
El análisis de la acción de la CNT durante todo el periodo tratado se realiza desde una perspectiva muy novedosa. Se estudian las huelgas puramente económicas producidas en Barcelona y en su cinturón industrial o el ciclo revolucionario de 1932-1933 y su concreción en la capital catalana. Pero se destacan las llamadas “estrategias callejeras” de la clase obrera, como las huelgas de inquilinos, la defensa de los vendedores ambulantes o las protestas de los parados (manifestaciones, asaltos a mercados, visitas a hoteles y restaurantes para exigir comida o confiscación de alimentos en las granjas de los alrededores).
Lejos de verlos como simples “actos criminales” el autor los explica en su contexto histórico: eran unas prácticas de marcado carácter clasista -se destaca la ausencia casi total de delitos contra los obreros- y fácilmente justificables por los parados como medio de sobrevivir. La CNT las validaba definiéndolas como “delito social” o “apropiación proletaria” y resaltaba “el derecho inalienable de los pobres y necesitados a proteger su existencia (…) por cualquier medio que tuvieran a su alcance, legal o ilegal” (p. 81); ofreciendo a los obreros un sencillo consejo: “Come bien y si no tienes dinero no pagues el alquiler” (p. 180).
La creciente crisis financiera de los sindicatos también llevó a recurrir a tácticas ilegales de financiación a partir del invierno de 1932-33 (las más comunes, el atraco de bancos y la incautación de nóminas), definidas por los cenetistas como “expropiaciones” y escasamente estudiadas hasta ahora, y cuyas causas y el discurso cultural que las justificaba y su relación con la cultura de los barris se analiza detenidamente.
Y es que se desarrolló en este periodo una lucha cultural entre la prensa monárquica, republicana y hasta socialista, por una parte, y la de la CNT, por otra, sobre estas estrategias callejeras. La primera ofrecía una visión distorsionada de la CNT: poco se decía sobre las actividades cotidianas (culturales, asamblearias) de la organización y se incluían páginas diarias y exageradas sobre “terrorismo” o “atracos” que servían de legitimación de politicas represivas, de reformas urbanas o de exclusión de los emigrantes de la escasa asistencia social. Pero estas preocupaciones y esta cultura tenían escaso arraigo en los barris .
La CNT mantuvo su influencia y desarrolló una estrategia de defensa de las formas de ilegalidad popular como respuestas al capitalismo, a la política de vivienda y/o a la crisis económica: le dieron la vuelta a los “pánicos morales” de la burguesía planteando “un conjunto rival de pánicos morales proletarios” (p. 250) como los deshaucios, el desempleo o los accidentes laborales, y se destacó que la delincuencia no era privativa de la clase obrera mostrando “otros” delitos como la evasión de impuestos, la adulteración de alimentos o la corrupción política.
Estas posturas encajaban con la cultura de los barris y la experiencia que tenían los obreros de “patronos, dueños de casas de empeño, prestamistas, caseros y tenderos que sometían necesidades humanas básicas como el trabajo, la comida y el techo a una ética comercial despiadada” (p. 253).
Ruptura de la F.A.I.
Las tensiones internas en la CNT y en la FAI, entre otros factores, pondrían fin al ciclo insurreccional y a las expropiaciones y provocarían la ruptura de la misma FAI barcelonesa. Se destaca la importancia de la insurrección de octubre de 1934, en la que la CNT catalana no participó -llegando incluso a llamar a los obreros a volver al trabajo- pero cuya represión fue la más brutal que vio la República y dio lugar a un intenso sentimiento de “unidad antifascista” en las bases que, junto al objetivo de la amnistía, explican que la CNT no hiciese una campaña abstencionista en las elecciones de febrero de 1936 que dieron el triunfo al Frente Popular.
La primavera de 1936 fue un periodo de reorganización de la CNT barcelonesa que, consciente del peligro de un golpe de estado, preparó un plan de defensa que aplicó el 19 de julio de 1936. Gracias a la respuesta callejera organizada por la CNT y al apoyo de miembros de las fuerzas del orden leales a la República la rebelión militar fracasó en Barcelona.
Este fue el inicio de un proceso revolucionario cuyo apogeo el autor sitúa en julio y agosto de 1936 y que analiza principalmente en cuanto a su relación con la cultura de los barris y la relación recíproca entre ésta y la de la CNT: entre otros aspectos tratados, podemos citar la reordenación de los espacios urbanos, como los cambios de los nombres de las calles o de las funciones de los edificios con los que la clase obrera recuperó “un espacio del que había sido expulsada a principios de siglo” (p. 284).
Tampoco se olvidan los elementos controvertidos, principalmente los aspectos violentos de esta revolución. Partiendo de las explicaciones que destacan la importante diferencia cualitativa con respecto a la represión que se estaba produciendo en la zona franquista y de las numerosas y “antiguas” razones del anticlericalismo en España, se destaca que estas actividades tuvieron también una lógica interna vinculada “a la interpretación del mundo de los habitantes de los barris ” (p. 279):es significativo que se destruyeran inmuebles como la cárcel de mujeres de Barcelona, los archivos de los juzgados o los registros de la Compañía de Tranvías que había despedido a cientos de trabajadores poco antes, o que sólo 13 de las 236 iglesias de Barcelona fueran demolidas (p. 293), mientras se destruyó el eclesiástico Asilo Durán, que tenía fama de tratar muy duramente a los huérfanos obreros, y se buscó conscientemente salvar las bibliotecas eclesiásticas y particulares para ponerlas “al servicio del pueblo”.
Una revolución “desde abajo”
Como concluye Chris Ealham, fue una revolución desde abajo, con el “poder obrero” atomizado en barrios y distritos, en la que el Estado no fue destruido ni se reemplazó “por un nuevo poder revolucionario”, porque la toma del poder o la organización de estructuras políticas no formaba parte de los planes de la CNT-FAI (p. 273). Pero la “lógica de la guerra requería una autoridad central” y el Estado se fue reconstruyendo con el compromiso de gran parte de la CNT.
Las tensiones internas se reflejaron en los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona cuando parte de sus bases reaccionaron porque estas concesiones no habían “aportado apoyo internacional a la República” (p. 302), algo que, por otra parte, no era “culpa” de la CNT- ni de ninguna de las fuerzas que apoyaban a la República-, ni era algo que hubieran podido prever.
Después de mayo de 1937, Barcelona dejó de ser “revolucionaria”, pero esto no evitó que la ciudad fuese “castigada”: de 1937 a 1939 los bombardeos aéreos franquistas se concentraron en los barris proletarios aunque no hubiese objetivos militares significativos.
La represión alcanzaría su cúspide durante la dictadura de Franco cuando “la humillación de la ciudad proletaria se convirtió en estrategia del régimen”, pero “la ciudad de los obreros sobreviviría a la larga noche del franquismo”, aunque cuando reapareciera en los años 70 lo haría con una cultura sindical muy diferente (p. 304).
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