Una de las premisas básicas de la lucha feminista, al igual que otras luchas que se organizan a partir de las necesidades de un grupo que es oprimido a causa de alguna de sus características (color de piel, sexo, etnia, edad, opción sexual, clase social, situación legal-vital respecto a los papeles que “regulan” la inmigración, el trabajo, la libertad física...) es el hecho de que la concreción de sus intereses, la determinación de sus estrategias políticas, vienen decididas por las personas que están sujetas a estas relaciones de opresión-dominación-explotación, en el caso del feminismo, las mujeres. Se trata de la fijación de los roles en la relación clásica de dominación que se establece entre “amo-esclavo”, donde la masculinidad (encarnada por hombres de carne y hueso a lo largo de toda la historia, pero tratándose principalmente de un modelo, de un arquetipo viril de dominación que puede adoptar cualquier persona eligiendo algún rasgo de este modelo) es la construcción dominante y la feminidad es lo “otro”, lo negado y excluido de toda una economía no sólo material, sino (y más profundamente) significante, cultural y simbólica (Lévi-Strauss define el momento inaugural de la cultura con la aparición y gestación del lenguaje simbólico basado en el intercambio de mujeres como objetos entre los hombres de distintas tribus-familias (parentesco), formalizando así la “objetualización” de las mujeres en el nacimiento de la cultura occidental. Las estructuras elementales del parentesco, Lévi-Strauss, 1949).
Todavía hoy esta explicación básica de la necesidad de auto-organización por parte de las personas sometidas en esta relación dialéctica de poder cuesta comprender y respetar por parte de muchos hombres y mujeres compañeras en otras luchas. Esta incomprensión y, peor aún, esta total falta de respeto es la que venimos soportando muchas mujeres que apostamos por espacios-grupos-momentos de mujeres no mixtos. ¿Quién no respetaría el hecho de que las personas negras quisieran auto-organizarse para combatir el racismo tras lo ocurrido en Nueva Orleáns? Y esto ya no sólo resulta asombroso, sino que es de lo más molesto. En vez de crear redes donde la comunicación fluya de manera transparente y sin obstáculos y se produzcan trasvases de conocimientos horizontalmente, nos dedicamos a hacer política de “mercadillo”, donde la que más grita triunfa o donde mejor nos fluye el diálogo es en los bares para criticar a las espaldas de la gente sin importarnos una mierda el generar debates productivos y enriquecedores para todas desde las diferencias y las divergencias.
Por otro lado, otra obviedad a la que fácilmente puede llegar una persona clara y avispada (esto es directamente proporcional al interés que cada una le ponga) es que el sistema encargado principalmente de producir y mantener la jerarquía desigual entre los géneros (relación de dominación que está extensamente explicada y documentada en múltiples documentos y enteramente disponible a toda aquella persona que demuestre algo de interés), esto es, el PATRIARCADO, es un problema que nos repercute a tod@s (todas nos hemos socializado como hombres o como mujeres) y que, por lo tanto, seremos capaces de transformar (o destruir) este sistema si cada una va tomando conciencia de los mecanismos que han operado para conformar nuestra feminidad-masculinidad que, a su vez, perpetúan la dominación patriarcal. Por lo tanto, el análisis de la especificidad del rol masculino también tiene que ser analizado y desmontado por sus protagonistas que “inconscientemente” lo re-producen día tras día, véase los hombres, y dejar de trivializar sobre la magnitud de esta tarea con el gesto fácil de “yo ya me lo he currado”. Las posibles alianzas vendrán de este empeño y trabajo colectivo, tanto por separado como revueltas, y será lo que nos permita ir creando redes de comunicación y de apoyo para luchar contra el sucio patriarcado.
En el caso de las mujeres, la feminidad, tal y como hoy la conocemos, representa la forma en que llegamos a desear la dominación masculina, que no está en absoluto a favor de nuestros intereses (como sujetos autónomos), es el adiestramiento para erotizar ese juego perverso de dominación masculina, de acceso sexual (económico, social) de los hombres a las mujeres. La feminidad y la masculinidad se construyen para ser roles complementarios y necesarios, y el mito del amor romántico y verdadero se apropia y regula los únicos códigos eróticos y sexuales aceptados. La heterosexualidad normativa es el producto óptimo de la obligación de ser “verdaderamente” un hombre o una mujer. Y no estamos hablando de prácticas sexuales concretas, sino de la heterosexualidad como institución política y social que estructura la sociedad (en uniones de pareja monogámica, familia, propiedad privada... ampliándose ahora esta estructura a uniones de personas del mismo sexo, hecho que responde más a la flexibilidad del sistema para asimilar las nuevas necesidades –o posibles subversiones- que a cambios profundos). Desvelar los mecanismos que operan tanto individual como socialmente para constreñir nuestro potencial erótico en la opción heteronormativa es una tarea de todas, repito, al margen de nuestras opciones sexuales temporales concretas, y en este asunto el trabajo sigue siendo infinito, pues mientras que la (hetero)sexualidad se siga asumiendo acríticamente como “normalidad”, seguirá existiendo el “afuera” para las desheredadas de los privilegios lesbo-homo-transfobos y estaremos condenadas a ser lo “anormal”, lo raro, lo otro... las estructuras profundas del patriarcado no cambiarán, sólo se modificarán para ser más eficaces, pues no se trata de generar tolerancia ante lo diferente, sino en el ejercicio de reventar los lugares “seguros” y “normales”, dinamitar esas construcciones sociales que nos estructuran en normales-anormales, mujer-hombre, femenino-masculino, heterosexuales-lesbianas-homosexuales... Ninguna opción fue neutra, inocua; el silencio siempre es cómplice de los privilegios de unas pocas. No basta con cierta “aceptación” creciente respecto a otras prácticas no heterosexuales, sino que debemos desmontar toda la cultura y simbología reinante patriarcal (y heterosexista).
Por supuesto, este sistema de opresión específico para las mujeres como grupo oprimido no define nuestra posición de sujetos en lucha desde el victimismo pasivo y llorón (aunque no nos sobran las razones por las que llorar) sino que a partir del ejercicio de conciencia de nuestra realidad psico-social como “mujeres”, nos arrojamos a una actividad creadora, donde articulamos las estrategias de lucha a partir de nuestras realidades diferentes, descubriendo la complejidad del proceso en la conformación de nuestras subjetividades, donde además de la división entre feminidad-masculinidad, también operan otros ejes de poder como son la clase social, la opción sexual, el color de la piel, los pueblos a los que pertenecemos... pudiendo llamar así a este sistema “hetero-patriarcado-capitalismo”.
Pero a mí lo que realmente me preocupa (y la razón principal de este escrito) es la ausencia “misteriosa” de responsabilidad individual (y por supuesto colectiva) a la hora de enfrentarnos al sano ejercicio de hacer conscientes esos procesos que actúan en la creación de nuestras subjetividades, pues al igual que cuestionamos los procesos de socialización que de peques nos hacen en el egoísmo individualista, en el consumismo compulsivo, en la competitividad y lucha por el poder, también nos educamos en la feminidad y en la masculinidad, pero estas construcciones cargadas de intereses ideológicos las dejamos pasar por “naturales” o “normales” y no las cuestionamos en absoluto (al igual que pasa con la “naturalidad” de la heterosexualidad). De más está decir que este proceso de autocrítica consciente se realiza desde la alegría de sentirnos más dueñas de nosotras mismas, desde el respeto a una misma y a los procesos de las demás, desde la escucha y el apoyo mutuo, y no desde el sacrificio y el qué dirán, no se trata de negar el deseo, la erótica, la sexualidad.
¿No era la no separación entre vida y política lo que nos caracterizaba a los movimientos autónomos? ¿No son los centros sociales y otros espacios colectivos una apuesta por la experimentación en nuestras vidas de nuevas formas de socializarnos, nuevas maneras de afrontar el consumo, el trabajo asalariado y esclavizante, la industria de la cultura totalizadora y homogeneizante, la generación de pensamiento crítico y de nuevos modos de vida, de nuevas estrategias de lucha y denuncia...? ¿no criticamos sin parar la política del “tiempo libre” después del trabajo y atenciones familiares, la que no tiene en cuenta los procesos concretos y materiales que operan en nuestras existencias?
Es desde el placer por revolucionar los micro-elementos que ordenan la vida existente donde las feministas (ya por los años 70) apuestan por el reto de aquello de “lo personal es político”: recobrar la materialidad de la política para pensarla como un continuo de elementos que juegan un papel importante en la propia vida. De ahí el empeño por pensar cuestiones que generalmente se pasaban por alto y tienen que ver con la educación, con la sexualidad, con la conformación de los cuerpos, tanto el sistema sexo/género/deseo como el imaginario social, con el cuidado, con la sostenibilidad de la vida, con el propio ocio. El carácter subversivo de este placer en politizar lo cotidiano en nuestras vidas, sobre todo en la lucha feminista y en el trabajo de algunos grupos de mujeres, en hablar y desvelar el universo de “lo personal”, se ha visto muchas veces despreciado por ciertas lecturas que las relegaban a la mística de la feminidad. ¿Qué tiene esto de malo? El trabajo es y ha sido, entre otras cosas, el hacer consciente de manera colectiva las estructuras sociales y psicológicas que nos han conformado en la feminidad, desvelar los deseos y temores que desde ella se generan. Con el gesto altivo del “me cago”, de paso se despreciaba el potencial subversivo de cuestionar cuáles son los mecanismos de producción del deseo y cuáles son las posibles transformaciones colectivas del mismo. Estas incomprensiones, incomunicaciones o “malas sombras” han llevado a desvalorizar el contagio que el feminismo estaba produciendo en la forma de entender la política en otros espacios, el empeño en transformar toda política que no tuviese en cuenta la condición transversal de cuestiones como la sexualidad, la educación, los comportamientos cotidianos, los roles sociales, el lenguaje o las relaciones afectivas y desplazando en muchas ocasiones las propuestas feministas hacia el terrible formato tipo “la cuestión de la mujer” o “el tema de la mujer”. Síntoma claro de haber dejado de tomar en serio el trabajo feminista (si es que alguna vez se llegó a considerar realmente). ¿Quién dijo que el feminismo ya no tiene vigencia, que su lucha está trasnochada?
En estos tiempos de crisis de las antiguas estrategias de los movimientos sociales frente a las incesantes transformaciones de nuestras sociedades postindustriales y globalizantes, y ante la dificultad que nos supone una ruptura con cierta “moralidad antagonista” que parece situarnos siempre fuera y contra todo (el famoso guetto alternativo autorreferencial y autocomplaciente, con sus normas de lo que está bien y lo que está mal) y la creación de proyectos y modos de vida en lucha que vayan más allá de las dinámicas de acción-reacción o ataque-respuesta, no deben acabar con el empeño subversivo por transformar nuestras vidas desde la alegría, el placer y el deseo colectivo, y ahí es donde pienso que el trabajo feminista sigue siendo una herramienta valiosísima y nada despreciable para entendernos un poco más y entender este mundo-prisión altamente tecnificado y dinámico en el que (sobre)vivimos. Siendo sinceras, si no queremos implicarnos en proyectos colectivos que cuestionen este sistema en cualquiera de sus producciones, por lo menos dejemos de tirarnos piedras las unas a las otras y aprendamos a respetarnos de verdad de una vez, porque ciertas actitudes de desprecio (ya no sólo de incomprensión) son totalmente reaccionarias porque intentan boicotear cualquier intento de respuesta o actitud transformadora que cuestione este sistema, en cualquiera de sus manifestaciones. Ninguna lucha es más importante que otra, acabemos con el mito de la jerarquía de luchas que sigue reproduciendo la división entre lo público y lo privado, dando muchas veces prioridad a lo urgente antes que a lo importante.
EL FEMINISMO VIVE... ¡¡¡LA LUCHA SIGUE!!!
Susana
mantisafu[nospam]yahoo.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario